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Los managers estamos acostumbrados a trabajar de forma reactiva: Corremos un ciclo, este ciclo arroja datos de performance, analizamos esos datos y definimos acciones correctivas que eficienticen el ciclo. Y entonces, corremos el ciclo de nuevo y ese ciclo arroja más datos. Y repetimos.
Esos datos nos dan la sensación de control que necesitamos para tranquilizanos de que estamos lidiando con cosas tangibles que podemos controlar.
El problema es que, cuando se trata de hacer algo nuevo, o cuando se trata de una solución que combina elementos que nunca hemos combinado, no sabemos qué esperar. No tenemos datos acerca de lo nuevo. Lo único que tenemos son hipótesis.
Claro, estas hipótesis no están sin fundamentos. Salen de toda la experiencia de interacción con nuestros clientes internos y externos.
Por ejemplo: hay hipótesis acerca de qué pasará para que atraigamos a nuestros clientes. Hay otras sobre cómo nuestros clientes van a evaluar nuestro producto o servicio vs la alternativa. Hay también sobre qué atributos tiene nuestra solución que deleitará a nuestros clientes, etc.
¿Cómo convertimos esas hipótesis en datos?Haciendo experimentos.
Podemos hacer pruebas de baja resolución que nos permitan entender y refinar esa hipótesis en cada momento de interacción. Necesitamos estar listos para estar equivocados. Y eso requiere agilidad, valentía y creatividad, para usar los recursos que tenemos a nuestra disposición para poner a prueba esas hipótesis, refinarla, y estar listos para aprender cosas que ni siquiera nos imaginábamos.