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El 80% del tiempo nuestro cerebro se la pasa en piloto automático, y esto es porque busca ahorrar energía, en caso de una emergencia, al evitar tomar decisiones conscientes.
Si combinamos este habito con el creciente poder de la tecnología, resulta que poco a poco, le hemos ido delegando a la tecnología la toma de decisiones. Mientras más interactuamos con los algoritmos que la tecnología usa, más nos van conociendo y nos van ayudando a coincidir mejor.
Spotify escoge la mayoría de la música que escuchamos a diario. Netflix nos da la gran mayor parte del contenido de entretenimiento que consumimos durante las noches. Stitch fix, que es una compañía relativamente nueva, escoge nuestro guardarropa. Mientras más opciones hay en una industria, como es el caso del entretenimiento o la moda, más buscamos ayuda para decidir qué consumir.
Claro, al principio nos resistimos. Es normal. Lo hicimos, por ejemplo, con los navegadores de GPS. Yo recuerdo cuando cada vez que mi navegador me recomendaba una ruta, yo pensaba “naaah, yo me sé una mejor…”
Hasta que eventualmente, usando el algoritmo, te das cuenta que no tomas mejores decisiones él. Ahora es Google maps quien escoge nuestras rutas al trabajo, la escuela, a cualquier lado. Y esto, aunque incomode a nuestra imagen de nosotros mismos, es el paraíso para nuestro cerebro.
¿Qué implicaciones tiene esto para el marketing, las ventas, el branding, el posicionamiento de productos y servicios?
Alexa y Google, eventualmente nos van a conocer mejor, y nuestro cerebro les irá delegando decisiones de productos, entretenimiento, viajes y experiencias.
Llegará un día en que sonará el timbre de tu casa, abrirás, encontrarás a un drone repartidor de Amazon con un paquete. Lo abres y encuentras un foco. Y pensarás “yo no ordené un…” justo cuando el se funda el foco sobre tu cabeza. (Con poco más de sci-fi, y el foco flotaría de tu mano al techo para instalarse solo).